2do Premio

Fusta

Por Lilith2021.

RELATO

El primer golpe de fusta llegó sorpresivo, inesperado. Los ojos cerrados y la respiración agitada. Sentí la piel de mi culo arder bajo el impacto. El segundo me obligó a morder mi labio inferior, reteniendo el gemido que no quería dejar escapar. No todavía. Sentí cómo mis rodillas flaqueaban y la humedad se acumulaba entre mis piernas, delatora y sumisa.

“¿Estás bien?”. Su voz susurrante, suave pero firme, justo en mi oído. Podía sentir la calidez de su cuerpo detrás de mi, y quise saber si seguía vestido, o si había aprovechado los minutos en que estuve aguardando pacientemente, sostenida sobre mis rodillas tambaleantes de anticipación, para deshacerse de aquellos vaqueros y aquella camiseta que tan sexys me habían parecido cuando, entre risas, propuse este juego, y que ahora se me antojaban un estorbo innecesario.

Quise responder, pero las palabras no quisieron salir de mi garganta, donde un gemido seguía atascado. Mis manos alzadas sobre mis hombros, sosteniéndose precariamente sobre el cabecero de la cama. Asentí con la cabeza, los ojos fuertemente cerrados tras la venda de raso.

“Palabras, María, necesito palabras”. Sentí como la suave piel de la fusta rozaba la parte baja de mi culo, justo entre los glúteos y los muslos, y no pude evitar arquear la espalda, buscando más de ese contacto.

“Sí. Sí. Sí. Estoy bien. Sigue. Por favor, sigue”.

El tercer golpe se acercó peligrosamente al interior de mis muslos, y me hizo jadear. Le escuché gruñir a mi espalda. El cuarto y el quinto golpe fueron rápidos y directos. Pude escuchar el aire silbar ante el movimiento rápido de la fusta, que mordió deliciosamente la carne de mi vientre y del interior de mi muslo izquierdo. Gemí grave y bajo al notar la humedad descender por mis piernas, y me curvé como un junco cuando su lengua, cálida y aterciopelada, se ocupó de recogerla, apartando la tela de las bragas.

“¿Quieres que pare?” le escuché decir mientras sus labios acariciaban, sus manos amasaban, sus dientes mordían. “Si quieres que pare solo tienes que decirlo”. Y sus dedos aprisionaron un pezón, despiadados y directos, haciéndome gritar de placer.

“No...” susurré.

“¿No quieres que pare?” su mano, escurridiza y demandante, se adentró entre mis muslos. Abrí las piernas casi sin quererlo, deseando más de todo. De sus manos, de sus dientes, de su boca, y de aquella quemazón en mi carne que me estaba volviendo loca.

“No pares”.

Sentí sus manos rodear mis caderas y escuché la hebilla del cinturón a mis espaldas, mientras un escalofrío recorría mi espina dorsal y me obligaba a afianzar mi agarre en aquel cabecero inestable y precario.

“Estaba deseando escuchar eso”. Y luego, un nuevo golpe mordiendo mi espalda baja, y la fuerza de sus brazos doblándome mansamente hacia delante, y la fuerza de sus piernas abriendo espacios entre las mías.

“Debimos probar esto mucho antes” fue lo último que pude escuchar, entre jadeos y gruñidos, antes de sentir como todo mi cuerpo se convertía en un orgasmo imparable.

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